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martes, 3 de noviembre de 2009

Dos ilustres que se van: López Vázquez y Ayala



En menos de 24 horas se han ido dos hombres ilustres de nuestra España: José Luis López Vázquez y Francisco Ayala, verdaderos iconos de la cultura de neutro país. Uno en el cine y otro en las letras. Cada uno con su forma de ser, pero respetados por todos.

Conocí a José Luis López Vázquez una tarde en Palma de Mallorca, cuando acompañado de su reciente esposa, una periodista de nombre Sol, que le dio dos hijas, pero que le arruinó al separarse. Esa tarde entrevistaba a José Luis López Vázquez, hombre afable y dicharachero. Le veía feliz en su nuevo estado. La conversación. Entrevista giró a lo largo de toda su ya dilatada historia profesional. Me acuerdo de una pregunta que no tuvo contestación. Se trataba de lo que quería decir Antonio Mercero con su mensaje de un hombre aislado en una cabina telefónica y que protagonizó José Luis. El propio actor me confesó que simplemente lo hizo pero no sabía cual podía ser ese mensaje que todo artista quería dar a la sociedad. Es una obra maestra, tanto que el mediometraje, pues no dura ni 45 minutos ganó un premio Emmy.

Si pica aquí podrá ver la película completa: http://www.rtve.es/mediateca/videos/20090127/cabina-integra-con-presentacion-mercero-lopez-vazquez/393271.shtml

Muchísimos años más tarde me encontré a José Luis una tarde/noche de sábado que cenaba con mis hijos en una singular pizzería de La Castellana, cercana a la Plaza de Cuzco, ya muy anciano y vencido por la vida. Nos saludamos cortésmente y no tuve valor de preguntarle cómo le iba. Descanse en paz uno de los más grandes actores cómicos en palabras de Charlot.

De Francisco Ayala, fallecido ya centenario y conservando su lucidez, tuve con él una agradable encuentro en los cursos de verano de la Universidad “Menéndez Pelayo” de Santander. Aquel día había una conferencia suya en el salón de actos. Acompañé al rector desde el palacio al salón porque mi Turespaña ofrecía esa semana un curso sobre turismo y nos acabábamos de conocer.

El salón de actos estaba repleto de gente joven deseosa de escuchar al maestro. Fue una lección magistral. Con su voz aguda, ya anciana, don Francisco fue desgranando su actividad profesional y nos dio a conocer en vivo y en directo lo que suponía para él la literatura. Al final tuve unas deliciosas palabras con él y me dedicó un libro. Lo guardo con cariño en mi biblioteca. Estos días lo retomaré para temer en mis manos los mensajes que el escritor, siempre presente, nos quiere comunicar.

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