Tánger, 9 de junio 2008.
Venir a Tánger es rememorar la ciudad abierta que fue tras la segunda guerra mundial. Recuerdos de espías, hombres de negocios, escritores famosos y gente del cine recorrían las estrechas callejuelas de la medina. Algunas de ellas se quedaron e hicieron historia del lugar, no en balde Tánger fue una ciudad con status internacional desde 1923 a 1956. Hay que saber que en 1905 la ciudad contaba con 14 consulados extranjeros.
Llegar al aeropuerto de Ibn Batuta, un pequeño aeródromo, comparado con el de salida, Barajas, pero que lleva el nombre de un viajero de la Edad Media. Nació y salió de Tánger y tardó en regresar 24 años. ¡Toda una vida! Es comparado con Marco Polo por el paralelismo de sus viajes.
Tánger posee una larga y magnifica playa, pegado a la misma está el moderno hotel Movenpick, un hotel de cinco estrellas, que ofrece a sus clientes una buena comida, con mezcla de rasgos occidentales y algunos morunos. Me llama la atención el suelo de sus pasillos y de sus habitaciones, levantado a base de preciosos mosaicos.
Visité la ciudad y sus alrededores, muy verdes y boscosos, donde se encuentra el Palacio Real y el del gobernador de la provincia, así como las urbanizaciones de lujo. El centro de la antigua ciudad es la medina, donde estrechas callejuelas y una población empobrecida vive con muchos esfuerzos. Hay que visitar su vieja kasbah (castillo del siglo XV) y donde se puede apreciar la vida real de la antigua ciudad, como un horno de pan a base de leña, como los que existían en los pueblos extremeños, o bien el museo de la Kasbah, un antiguo palacio del sultán, que estaba casado con 400 mujeres.
Lo peor de la jornada fue las tres tiendas que fui invitado a visitar para intentar adquirir una alfombra, joyas de plata o una paramedicina. Para mi, el mejor vendedor fue el ultimo, Ismael, que fue capaz de colocar a un precio bajo cualquiera de sus “medicinas”. La jornada concluyó con un corto paseo hasta la zona marítima, bastante limpia por ser un puerto, donde esperaba el autobús.
Venir a Tánger es rememorar la ciudad abierta que fue tras la segunda guerra mundial. Recuerdos de espías, hombres de negocios, escritores famosos y gente del cine recorrían las estrechas callejuelas de la medina. Algunas de ellas se quedaron e hicieron historia del lugar, no en balde Tánger fue una ciudad con status internacional desde 1923 a 1956. Hay que saber que en 1905 la ciudad contaba con 14 consulados extranjeros.
Llegar al aeropuerto de Ibn Batuta, un pequeño aeródromo, comparado con el de salida, Barajas, pero que lleva el nombre de un viajero de la Edad Media. Nació y salió de Tánger y tardó en regresar 24 años. ¡Toda una vida! Es comparado con Marco Polo por el paralelismo de sus viajes.
Tánger posee una larga y magnifica playa, pegado a la misma está el moderno hotel Movenpick, un hotel de cinco estrellas, que ofrece a sus clientes una buena comida, con mezcla de rasgos occidentales y algunos morunos. Me llama la atención el suelo de sus pasillos y de sus habitaciones, levantado a base de preciosos mosaicos.
Visité la ciudad y sus alrededores, muy verdes y boscosos, donde se encuentra el Palacio Real y el del gobernador de la provincia, así como las urbanizaciones de lujo. El centro de la antigua ciudad es la medina, donde estrechas callejuelas y una población empobrecida vive con muchos esfuerzos. Hay que visitar su vieja kasbah (castillo del siglo XV) y donde se puede apreciar la vida real de la antigua ciudad, como un horno de pan a base de leña, como los que existían en los pueblos extremeños, o bien el museo de la Kasbah, un antiguo palacio del sultán, que estaba casado con 400 mujeres.
Lo peor de la jornada fue las tres tiendas que fui invitado a visitar para intentar adquirir una alfombra, joyas de plata o una paramedicina. Para mi, el mejor vendedor fue el ultimo, Ismael, que fue capaz de colocar a un precio bajo cualquiera de sus “medicinas”. La jornada concluyó con un corto paseo hasta la zona marítima, bastante limpia por ser un puerto, donde esperaba el autobús.
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