Son
las ocho de la tarde y a mis espaldas cae el sol. Ayer diluvió en Hungría, en
la zona de Pécs. Hoy ha sido un día bellamente soleado y la mirada se complace desde
el autobús con el verdor de la naturaleza.
Digo que cae la tarde y enfrente de mí,
en el lago Balatón, cinco veleros disfrutan del atardecer. A lo lejos, la
iglesia del pueblo de Tihany, de la península de igual nombre, se alza en
lontanaza. Unos niños gritan en los Jardines del Hotel Annabella, un magnifico
tres estrellas superior, con profesionales muy amables, incluso una joven Ana,
que atiende la piscina y se esfuerza en su español. www.danubiushotels.com/annabella
Las serenidad, el buen momento, hace
que uno disfrute en la soledad de la terraza del sexto piso. El murmullo de la gente que pasea a mis pies, el
suave movimiento de las hojas que cimbrean a la tierna brisa hace que sean
unos minutos sensibles, de paz, de armonía
interior, en los que el espíritu goza por momentos. Es el intento de alcanzar
la felicidad.
De izquierda a derecha, en 180 grados,
veo sólo verde y azul, árboles y lago; serenidad que se ve rota por el crepitar
de una moto que atruena en la quietud de la soledad sonora de la que hablaba
San Juan de la Cruz.
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