Si el día de ayer fue una jornada inolvidable, la de hoy fue memorable y extraordinaria. Tuve la gran oportunidad de visitar el Salto Ángel, una de las siete maravillas naturales de la Humanidad. Todo el mundo ha pido hablar de él, pero sólo el 5 % de la población venezolana ha ido a conocerlo por tierra o por aire.
El viajero se había levantado temprano, a las 4 de la madrugada pero el salto no llegó a verlo por primera vez hasta las 11,03.Fue un largo viaje de algo más de 90 kilómetros desde el puerto de Canaima hasta llegar a ver coronada la aventura.
En una canoa con motor fuera borda que los indígenas llaman curiara que pilota Saúl, un pemón que trae a su hijito Saúl de sólo cuatro años. El niño me da pena, pues a esa temprana edad ya está levantado a las 5 de la mañana. Me cuenta Héctor, otro pemón, cuyo nombre en su idioma es Mumba que al nacer un niño queda bajo la tutela de su padre quien le enseña su profesión y cómo andar por la selva. La economía del pueblo pemón era antes la pesca y la recolección de frutos; ahora lo 1.165 (creo que nació uno ayer) se dedican al turismo, una actividad mucho más productiva. Son amables y muy educados, aprenden con primor las labores propias del sector turístico y atienden con una sonrisa al viajero que hasta aquí se acerca.
Me cuenta William Chung, relaciones públicas del hotel Venetur Canaima, www.venetur.gob.ve que a esta zona de Canaima llegan muchos rusos, chinos y japoneses, sin olvidarse de los españoles. A mi vuelta me encontré con una pareja italiana, que disfrutó del Salto Ángel desde las alturas, en una avioneta que se acercó hasta allí y cuyo viaje cuesta entre 500 y 600 bolívares, (unos 50 euros). También quedaron extasiados.
Llegar hasta el salto cuesta lo suyo; se sufre, se busca la meta, se observa la selva desde el centro del río, mientras cae una manta de agua que me deja empapado. La ropa seca, en una bolsa de plástico como la cámara fotográfica. Los rápidos hace que el viaje se convierta en peligroso, pero la maestría de Saúl resuelve la situación. Se llega a la Isla del Ratón, a la vera del río que trae las aguas del Salto Ángel.
¿Y qué decir de mi impresión personal al ver esta maravilla de la naturaleza? Sin duda ha sido la jornada cumbre de este viaje. Contemplar con paz y sosiego el Salto Ángel, da una gran energía positiva. Es algo único, extraordinario, maravilloso, delicioso, singular, de una belleza inenarrable...
Los indígenas llaman a este salto Kerepacupay Vena, pero cuyo nombre es conocido como Salto Ángel, por el norteamericano Jimmy Ángel, lo descubrió en los años 30 del siglo pasado. Tiene una caída libre de 979 metros y el agua tarda en llegar a la base más de 25 segundos. Un tiempo a solas con uno mismo, observando en silencio la belleza del lugar y reflexionando del regalo que el Dios de la naturaleza le donó a los venezolanos.
El viajero se había levantado temprano, a las 4 de la madrugada pero el salto no llegó a verlo por primera vez hasta las 11,03.Fue un largo viaje de algo más de 90 kilómetros desde el puerto de Canaima hasta llegar a ver coronada la aventura.
En una canoa con motor fuera borda que los indígenas llaman curiara que pilota Saúl, un pemón que trae a su hijito Saúl de sólo cuatro años. El niño me da pena, pues a esa temprana edad ya está levantado a las 5 de la mañana. Me cuenta Héctor, otro pemón, cuyo nombre en su idioma es Mumba que al nacer un niño queda bajo la tutela de su padre quien le enseña su profesión y cómo andar por la selva. La economía del pueblo pemón era antes la pesca y la recolección de frutos; ahora lo 1.165 (creo que nació uno ayer) se dedican al turismo, una actividad mucho más productiva. Son amables y muy educados, aprenden con primor las labores propias del sector turístico y atienden con una sonrisa al viajero que hasta aquí se acerca.
Me cuenta William Chung, relaciones públicas del hotel Venetur Canaima, www.venetur.gob.ve que a esta zona de Canaima llegan muchos rusos, chinos y japoneses, sin olvidarse de los españoles. A mi vuelta me encontré con una pareja italiana, que disfrutó del Salto Ángel desde las alturas, en una avioneta que se acercó hasta allí y cuyo viaje cuesta entre 500 y 600 bolívares, (unos 50 euros). También quedaron extasiados.
Llegar hasta el salto cuesta lo suyo; se sufre, se busca la meta, se observa la selva desde el centro del río, mientras cae una manta de agua que me deja empapado. La ropa seca, en una bolsa de plástico como la cámara fotográfica. Los rápidos hace que el viaje se convierta en peligroso, pero la maestría de Saúl resuelve la situación. Se llega a la Isla del Ratón, a la vera del río que trae las aguas del Salto Ángel.
¿Y qué decir de mi impresión personal al ver esta maravilla de la naturaleza? Sin duda ha sido la jornada cumbre de este viaje. Contemplar con paz y sosiego el Salto Ángel, da una gran energía positiva. Es algo único, extraordinario, maravilloso, delicioso, singular, de una belleza inenarrable...
Los indígenas llaman a este salto Kerepacupay Vena, pero cuyo nombre es conocido como Salto Ángel, por el norteamericano Jimmy Ángel, lo descubrió en los años 30 del siglo pasado. Tiene una caída libre de 979 metros y el agua tarda en llegar a la base más de 25 segundos. Un tiempo a solas con uno mismo, observando en silencio la belleza del lugar y reflexionando del regalo que el Dios de la naturaleza le donó a los venezolanos.
Ahora se comprenden mejor las palabras con las que se quiere atraer a viajeros hasta este bello país hispano: “Venezuela, conocerla es tu destino”
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