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lunes, 3 de marzo de 2014

Mi experiencia por la península de Crimea


 
 

            La península de Crimea está ahora de actualidad y abre todos los telediarios del mundo. La lucha por el poder y por el deseo de apoderarse de este territorio tan estratégico hace que rusos y ucranianos estén a la greña
            Recuerdo que un día tome un avión destartalado desde Madrid hasta Simferopol, la capital de Crimea, donde un autobús nos llevó al grupo hasta un enorme hotel en Yalta, un hotel de más de 1.000 habitaciones que había sido el lugar donde la nomenclatura soviética había pasado sus vacaciones. Allí tuve dos acciones a la cual más contradictoria: Conocer a Marina, la viceministra de Turismo de Crimea, una excelente profesional, y la regañina que me echó una camarera del hotel a la mañana siguiente por beber mi zumo y echarme y un poco más de la jarra común. ¡Ah, la felicidad del socialismo real…!
            Y durante el viaje tuve la oportunidad de visitar en dos ocasiones el Palacio de Livadia, un palacio de vacaciones del Zar  Nicolás II, al borde mismo del Mar Negro, un lugar histórico, ya que en su patio se fotografiaron al final de la II Guerra Mundial los tres ganadores de la contienda: Churchill, Rooseveelt y Stalin. Algún día contaré cómo conocí en Madrid a su sucesor: a Mihail Gorbachov.
            Por cierto, los habitantes de Crimea proceden de las tribus tártaras y Stalin desplazó a sus habitantes hasta la Rusia central. Algunos miles de ellos han regresado después a Crimea y tienen verdadero odio a todo lo  que huela a ruso.
            Aquellos días tuve ocasión de visitar Sebastopol, donde se hallaba y se halla anclada la gran flota rusa del Mar Negro, de tanta importancia estos días. Allí tuve la oportunidad de comprar el famoso caviar ruso, que después me traje a España y me lo comí con la familia en la cena de Navidad, allá en mi tierra extremeña.

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