La península de Crimea está ahora de actualidad y abre
todos los telediarios del mundo. La lucha por el poder y por el deseo de
apoderarse de este territorio tan estratégico hace que rusos y ucranianos estén
a la greña
Recuerdo que un día tome un avión destartalado desde
Madrid hasta Simferopol, la capital de Crimea, donde un autobús nos llevó al
grupo hasta un enorme hotel en Yalta, un hotel de más de 1.000 habitaciones que
había sido el lugar donde la nomenclatura soviética había pasado sus
vacaciones. Allí tuve dos acciones a la cual más contradictoria: Conocer a Marina,
la viceministra de Turismo de Crimea, una excelente profesional, y la regañina
que me echó una camarera del hotel a la mañana siguiente por beber mi zumo y
echarme y un poco más de la jarra común. ¡Ah, la felicidad del socialismo real…!
Y durante el viaje tuve la oportunidad de visitar en dos
ocasiones el Palacio de Livadia, un palacio de vacaciones del Zar Nicolás II, al borde mismo del Mar Negro, un
lugar histórico, ya que en su patio se fotografiaron al final de la II Guerra
Mundial los tres ganadores de la contienda: Churchill, Rooseveelt y Stalin.
Algún día contaré cómo conocí en Madrid a su sucesor: a Mihail Gorbachov.
Por cierto, los habitantes de Crimea proceden de las
tribus tártaras y Stalin desplazó a sus habitantes hasta la Rusia central.
Algunos miles de ellos han regresado después a Crimea y tienen verdadero odio a
todo lo que huela a ruso.
Aquellos días tuve ocasión de visitar Sebastopol, donde se
hallaba y se halla anclada la gran flota rusa del Mar Negro, de tanta
importancia estos días. Allí tuve la oportunidad de comprar el famoso caviar
ruso, que después me traje a España y me lo comí con la familia en la cena de
Navidad, allá en mi tierra extremeña.
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