Estos días se celebra en la nueva
sede de la Universidad Camilo José Cela, situada en la céntrica calle madrileña
de Almagro, un simposio internacional dedicado al centenario del escritor y
Premio Nobel español, Camilo José Cela, (nacido en Iria Flavia, Padrón el 11 de
mayo de 1916) al que tuve el gusto de conocer en su casa de Mallorca, durante
mi estancia de doce años en la isla balear y cuyo lema fue: “El que resiste,
gana”.
Abrió el simposio Nieves Segovia, hija
del fundador de la Universidad, Felipe Segovia, amigo personal del escritor, y
a la que tuve oportunidad de conocer en el acto de proclamación de su marido
como Caballero de Yuste en el cacereño monasterio de la Vera. El salón de actos de la Universidad estaba
abarrotado de personalidades académicas y de la cultura de nuestro país que
querían honrar con su presencia al último de los Premio Nobel de Literatura
nacidos en España.
Tras un magnífico reportaje audiovisual
de unos 15 minutos dando cuenta de la labor y del pensamiento de Cela,
intervino el director de la Real Academia Española, Darío Villanueva, y antiguo
rector de la Universidad de Santiago de Compostela, con el que coincidí hace años en un simposio dedicado
al Camino de Santiago y en el que participé sobre el Camino Mozárabe; es decir,
el Camino Vía de la Plata.
Darío Villanueva pronunció el
discurso inaugural en el que trató el
tema en el que habló de los que supuso
para Cela su paso por Madrid, donde entró
en contacto con los más importantes hombres de la ciencia y la cultura de la
España de los años 30, acudiendo como oyente a las clases de Pedro Salinas o contactando
con Ramón Menéndez Pidal o Alonso Zamora Vicente. Comenzó a conocer a
personalidades de la cultura iberoamericana y de los Estados Unidos para
recogerse del mundanal ruido y trabajar en Palma de Mallorca desde 1954 a 1989
y, por último refugiarse, tras la ruptura de su primer matrimonio, en
Guadalajara, la tierra alcarreña.
Y mientras contaba esto Darío, uno
recordaba sus encuentros con el famoso Cela, hombre con fina sensibilidad para
el trabajo de literatura y a veces tosco en su forma de trato personal. Recuerdo
mi primera entrevista en su despacho de la barriada de Son Armadans, junto al
castillo de Bellver, en la que me dijo que más que entrevistadores quería periodistas que leyeran sus obras,
pero en aquella conversación distendida me aseguró que no le gustaría ser mujer
por aquello de que las tetas se le notarían mucho y que les daba vergüenza lucirlas.
Sin duda, era un provocador. Una revista de alcance nacional leyó la entrevista
y le sacó un dibujo humorístico.
Cierto día en que un servidor entrevistaba
al escritor andaluz, nacido en Castilla La Mancha, Antonio Gala, le dije que al
poco rato el Ayuntamiento de Palma de Mallorca le iba a dedicar la calle donde
vivía a Camilo José Cela. Cerramos el diálogo y, en taxi, nos trasladamos hasta
la citada calle, llegando a tiempo de ver el homenaje municipal a su ilustre
vecino. También tuve oportunidad de acudir en Palma de Mallorca, al acto en el
que se daba por liquidada la interesante revista “Papeles de Son Armadans”, que
dirigía Cela con colaboraciones de escritores españoles de dentro y fuera de
nuestro país, en los difíciles años de Franco. La revista se editó de 1956 a
1979.
Un tercer tiempo de mis encuentros
con Cela fue ya en mi tierra cuando ya vivía en la Península y se dedicó a
viajar por la Alcarría con una choferesa negra. En ese viaje, se acercó a
Extremadura. Todo un día en Trujillo. Uno fue invitado a la casa – palacio del
doctor Pozuelo, aquel que era el jefe de los servicios médicos de Franco. Cela
y unas pocas personas almorzamos con productos típicos extremeños. El invitado
se impacientaba y cogiendo el cuchillo y el tenedor golpeaba con ellos en el mantel
y decía: “Queremos comer, comer, comer”. Al
final del exquisito almuerzo todo el mundo le preguntaba: “Don Camilo, qué tal el jamón, qué tal la carne, qué tal el vino”.
Y mi pregunta fue, ¿qué tal el agua? El agua, embotellada, era el agua de la
marca “Los Riscos”, de Alburquerque, un agua que en una cata nacional de aguas
había ocupado el tercer puesto tras el agua de Solán de Cabras y Lanjarón
y don Camilo me miró asombrado y
sonriendo dijo: “El agua… para las ranas”.
Al día siguiente el grupo se desplazó hasta Garganta la Olla, en pleno Valle de
la Vera, donde su coche asombró a todos los paisanos.
Y antes de todo esto que cuento tuve
un singular encuentro con el maestro Cela el mismo día que el Rey Juan Carlos
le imponía en 1982 en el Palacio de Marivent el botón de Cartero Honorario del
Reino. Sólo admitían a fotógrafos, pero yo me colé pidiéndole a mi compañero
fotógrafo Juanet una cámara y me la colgué del cuello. Estuvimos en el salón
del palacio sólo unas cuantas personas: El rey Juan Carlos, su ayudante
militar; el homenajeado, Camilo José Cela, el director general de Correos y el
presidente de la Autonomía Balear que por entonces era Jerónimo Albertí, más
tres fotógrafos -uno por cada periódico de Mallorca- y un “retratero
periodista” que era un servidor, aunque tenga a mi cargo más de 50.000
fotografías hechas y algunas premiadas. Otros Carteros Honorarios fueron el
historiador Ramón Carande (con relación con
Extremadura a través de su hijo Víctor Carande), Antonio Mingote y la
Reina doña Sofía.
Al terminar el breve acto de la imposición
del Botón, tomó la palabra el entonces director general de Correos y comenzó
así: “Majestad, tenemos el honor de imponerle
el Botón de Cartero Honorario del Reino a nuestro buen amigo don Camilo… Alonso
Vega”… Y Cela salta “José Cela, José
Cela, José Cela”… La risa, mal contenida, fue general.
A la salida, tomamos un café con Camilo
y agarrándome de la rodilla me dijo: “Si
eres mi amigo, no cuentes mañana en tu periódico el diario Baleares esta anécdota.
Y no la conté. El director general de
Correos, que ya no me acuerdo quien era, fue relevado de su cargo a las pocas
semanas.
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