20 de junio de 2008
El viajero ha recorrido, con gran apremio – y fueras del sosiego de otras épocas- parte del Camino de El Cid, junto a otros amigos andarines y andariegos.
www.caminodelcid.org
Hace meses estuve en Vivar, el pueblo de Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid Campeador. Fue una agradable sorpresa comenzar el camino, al pie del Mesón El Molino del Cid, en la Legua Cero. El Mesón fue premiado en tiempos de José Luis Pécker, cuando era presidente de la Asociación de Periodistas de Turismo de Madrid como un lugar histórico y encantador. En la jornada que transcribimos pasa la ruta por la provincia de Guadalajara.
Hace meses estuve en Vivar, el pueblo de Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid Campeador. Fue una agradable sorpresa comenzar el camino, al pie del Mesón El Molino del Cid, en la Legua Cero. El Mesón fue premiado en tiempos de José Luis Pécker, cuando era presidente de la Asociación de Periodistas de Turismo de Madrid como un lugar histórico y encantador. En la jornada que transcribimos pasa la ruta por la provincia de Guadalajara.
La jornada empezó en el pueblo de Hita, donde el famoso Arcipreste. Y dice el Cantar del Mío Cid:
"Osadamente corred, que por miedo no dejéis nada; Hita abajo y por Guadalajara…”
Y después Jadraque, donde dicen que con su castillo y también Bujalaro, el pueblo de Chani, Antonio Pérez Henares, que lo enseñó a los andantes. Recrea aquí su novela de Nublares, un reencuentro con lo más antiguo del terreno.
Pero fue una gran sorpresa encontrarse con los campos rojos de amapolas de Pelegrina y comer en El Paraíso una comida recia pero encantadora, donde Sergio y Ana, nos hicieron poner las botas: Migas y solomillo, con un vino de la tierra.
Para bajar el almuerzo, Toni, el guía, quiso acompañarnos a la Hoz del Río Dulce; Era la hora de la siesta, pero había que bajar las calorías. Al final, tras un buen paseo el viajero recordó a Félix Rodríguez de la Fuente, con los programas que hizo amar al español medio la naturaleza cercana: Los lobos, las águilas, los alimoches salían en la tele y había que mimarlos y cuidarlos. Aún se conserva –incluso restaurada- la caseta que mandó levantar el naturalista al mismo borde del camino para guardar las películas filmadas.
La sorpresa fue buena pues tras una travesía dura y cercana al agua, cuando no agateando por las peñas de la hoz, llegamos a la cascada del Río Dulce, una sorpresa maravillosa que sólo pudieron disfrutar los que se atrevieron a dar un pasos más que los demás. El día estaba maravilloso, los pájaros cantaban alegres, en soledad, en las cercanías de las aguas. Era el último día de la primavera, pero una primavera tardía que ha dejado aquí un rastro de belleza que enhechiza el corazón.
Y aún quedaba otra jornada más. Por las tierras de Molina de Aragón, pero esa es otra historia.
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