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miércoles, 8 de febrero de 2012

El Duomo de Milán







“Esta catedral produce en todos los ánimos una grata y dulce emoción”
Pedro Antonio de Alarcón, 1860

Para mí, la catedral de Milán es un monumento único. Tras la reunión con el responsable de Echo Starhotel, el grupo salió a ver el verdadero símbolo de la ciudad. Il Duomo.



El viajero vio que la plaza estaba llena de negros (de subsaharianos se dice ahora en un lenguaje políticamente más correcto; yo diría que un verdadero retorcimiento del lenguaje) que vendían pequeñas pulseras a los turistas y que pedían la voluntad. ¡Hay tanta pobreza en el mundo!



Uno ya había visitado la catedral cuando pasé hace años, unos días en Milán en casa de mi amigo Gian Paolo Bonomi, un hombre que conoce España mejor que muchos españoles. Por ejemplo, a mí me invitó a un bar cerca de la Puerta de Sol que sólo sirven vinos de Jerez. Espléndidos. Pues bien, en aquella primera ocasión sólo tarde cuatro horas en recorrer la planta del edificio. Mi único acompañante era una guía electrónica que me sirvió como guía turístico. ¡Es tanto y tanto y tanto lo que hay que ver! Así es Italia. Ahora comprendo lo que dicen que sufren la enfermedad de Standhal: El verdadero asombro por la obra artística.



Tras intentar cruzar una nube de palomas, y hacerse una fotografía de grupo, mi amigo portugués Alfredo Machado y yo entramos en la catedral. ¡Sobrecoge!. Hay que verla con sosiego, con tranquilidad, recreándose en el arte de las agujas que elevan al cielo las plegarias de los creyentes.



Su interior es magnífico en su trazado, en sus columnas, en la altura de sus naves. A la entrada se puede adquirir por 10 euros una guía turística en español. La compré. Es muy recomendable hacerlo, con textos de varios escritores españoles que la conocieron en otras épocas.



A mí me llamó la atención la exaltación de la Santa Cruz en la Nívola, una nave en la que el arzobispo enseña el pueblo el clavo de la cruz de Cristo; la cripta o “scurolo” de San Carlos. Pero siempre me llamó la atención la imagen de San Bartolomé un estudio anatómico en el que el santo está completamente desnudo y sólo está vestido con su sola piel, ya que fue despellejado cuando aún estaba vivo. Es obra de Marco d’Agrate y la esculpió en 1562. ¡Una joya que da cierto pavor!

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