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sábado, 28 de julio de 2018

La Luna roja, una experiencia única




     Una experiencia inolvidable vivieron ayer millones y millones de personas por todo el mundo al contemplar la Luna roja que se pudo apreciar por buena parte de la Tierra, pero sin duda alguna nadie olvidará su experiencia personal.




       Un servidor, deseoso como el que más, tenia tres sitio elegidos en Madrid: Pradolongo, al sur, junto a Usera, donde había convocado el Ayuntamiento a los ciudadanos y a un músico, Pional, el nombre artístico del músico madrileño Miguel Barros, quien iba a alegrar la velada con sus temas de música electrónica. Fue lo que me echo para atrás: Necesitaba silencio mientras contemplaba la belleza de la naturaleza.

         El segundo lugar elegido era el Planetario de la ciudad, también en el sur, a donde llamé por la mañana para ver que ofrecía a los ciudadanos que acercaran hasta allí. Había dispuesto varios aparatos para apreciar de cerca el fenómeno mundial, al poderse observar la Luna Roja y la luz brillante de Marte, en la órbita más cercana a la tierra. Lo descarté porque pensé que habría también cientos de personas y numerosos perros, que incordiarían para poder disfrutar de un fenómeno que une al hombre con la propia naturaleza de la que formamos parte.




      El lugar concreto surgió a media tarde: Sería un altozano del Monte de El Pardo, lleno de encinas y desde que vería la ciudad hacia el este, con la zona alta de Mirasierra, la ciudad de los Periodistas, las torres de Madrid, cercanas a la Plaza de Castilla, la Torre Picasso, y muy a la derecha la torre del Faro de Moncloa, más cerca el campo de golf de Puerta de Hierro, el Hipódromo de la Zarzuela y la M-40 a nuestras espaldas, al oeste por donde se ponía el sol. El lugar era muy agradable, salvo los recuerdos de nuestra eterna Guerra Civil, con los restos de un nido de ametralladoras ya destrozado por el tiempo.




       El grupo lo componíamos sólo ocho personas: los hermanos Herrero Uceda, de Ceclavín (Cáceres), su hijo y un par de amigos, un iraní y una peruana. Miguel Uceda había hecho la invitación privada por el grupo de comunicación que tenemos en el teléfono móvil llamado "Extremeños de la Diáspora," entidad cultural que creamos el año pasado, en su preciosa casa chalet, del barrio de  Fuentelarreina. Y me sumé a ella. Me alegro de haberlo hecho. 

        Salimos por su calle y cogimos la calle de Navarredonda de Gredos para salir a Siguero y encontrar una perta que entra directamente al Monte de El Pardo, una joya de la naturaleza en pleno Madrid. Los hermanos Uceda son una joya. Conocen y estudian los árboles; los dan a conocer en sus conferencias por toda España, incluso se han dedicado a `publicar libros sobre este asunto y sobre su pueblo y sobre Extremadura en su editorial Elam Editores http://elam.es/ .      
       
        Con el grupo de los hermanos aprendí que en el primer planeta que se ve, al oeste era Venus, a plena luz del sol,  y en la misma elipse Júpiter y al oeste, encima de la Torre Picasso, el planeta de moda: Marte, el que lleva el nombre del dios de la Guerra, muy brillante.





         La Luna roja se hizo de rogar. Cierta neblina a la que se sumó la contaminación de los coches y la enorme contaminación lumínica hizo que hasta bien entrada vimos la luna totalmente eclipsada por la Tierra. Y el grupo recordó lo bueno que serían nuestros pueblos de Brozas y Ceclavín para ver este fenómeno.

       Me vino a la memoria y así lo conté la gran experiencia que tuve en una enorme finca de 5.000 hectáreas en Portugal, una finca propiedad de los dueños del extinto banco Espíritu Santo, "Heredade da Popa",  en la misma frontera luso extremeña, en pleno "Parque Natural Tajo-Tejo Internacional". Al apagarse la luz del hotel , una preciosa casa rural, salí fuera y vi la noche estrellada mas bonita de mi vida. No había ninguna luz eléctrica en 20 kilómetros a la redonda. ¡Una preciosidad!




        Se hicieron pudieron hacer algunas fotos, pero las mejores fue al abandonar el Monte de El Pardo cuando ya se vislumbraba el final del eclipse, mientras unos jóvenes, sentados encima de una suave manta, rezaban un mantra acompañados de un instrumento musical que me recordaba al de los budistas.

       Sin duda, una noche para recordar.


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