El cronista extremeño ha tenido la
gran oportunidad de ser invitado por la Casa Regional de Extremadura en Coslada,
a un homenaje que ha organizado este centro en el polideportivo El Olivo, muy
cerca de la rotonda “Extremadura” que tiene plantada una encina y ha sido
adornada con varias cigüeñas, verdadero símbolo de la tierra de los
conquistadores.
El homenaje ha sido obra del
presidente de la Casa Extremeña, Víctor Repilado, y de los cuatro hermanos Herrero
Uceda, naturales de Ceclavín, que por su amor a la tierra, han creado con unos
cuantos paisanos esa entidad que hemos llamado en denominar Plataforma Cultural
“Extremeños en la Diáspora”.
Abrió la jornada el alcalde de
Coslada, Ángel Viveros, quien está casado con una extremeña, y agradeció la labor
que los paisanos realizan en su pueblo. También intervinieron los hermanos
Miguel y Elisa, quienes hablaron por su amor a los árboles y Elisa lo concretó
en bellos poemas dedicados a estos seres. Un servidor le tocó hablar también del
madroño, árbol que une las tierras madrileñas y extremeñas y concluyó Ana Belén
Pérez Ruiz Moyano, de Cabeza del Buey, en defensa de los olmos centenarios de su
pueblo, declarados árboles del año en España.
Hubo una actuación del grupo musical
“Semos asina” y del maestro pianista Alberto Lebrato, quien se quedó hasta el
final y amenizó con su música canciones extremeñas e internacionales que fueron
muy del agrado de las 300 personas que abarrotaban el local. Para concluir,
hubo una comida de hermandad a base de ricas migas extremeñas.
He aquí mi intervención:
El
madroño: Madrid y su cultura
Francisco Rivero
Hogar Extremeño de Coslada
17 de marzo de 2018
Hablar de los árboles en un país que
los necesita es una obligación y una pasión para este servidor. Desde
siempre he pensado que España es, hoy, un territorio desértico. ¡Cuántas veces
he pensado esto viajando en mi coche por todas las autovías, carreteras
regionales y locales de nuestro bellísimo país!
Una anécdota real: Un servidor es uno
delos cuatro fundadores de la Fiesta de la Tenca, el pez de las charcas de la
comarca Tajo Salor Almonte, en la provincia de Cáceres, que surgió al calor del
público una noche de verano tras una representación del Teatro Clásico de Alcántara.
Allí surgió la fiesta como amor a lo nuestro, pero el año en el que se cumplió
el 25 aniversario de ella, que se celebró en Malpartida de Cáceres, me traje
desde Brescia, una ciudad del norte de Italia, donde se celebra una fiesta
similar, al borde mismo del lago Iseo, a dos personas: la mejor cocinera de
“tinca al forno” y al director de turismo de esa provincia italiana. Cuando los
transportaba desde el aeropuerto de Barajas hasta la villa de Alcántara, él
solía decirme, ¡Esto es un desierto, qué tierra sin árboles!... y era verdad.
Todos los que conocen las tierras de la comarca de Alcántara – y otras muchas
tierras extremeñas- se darán cuenta de que nos faltan árboles, ese ser que
arraiga la tierra, que la enriquece y que le da vistosidad selvática.
Y alguno argumentará: ¡Pero hay
encinas, muchísimas encinas! Y yo le digo claro que sí: forman parte del
paisaje de la dehesa extremeña, pero cuántos miles de encinas se arrancaron en
los años 60 cuando en Extremadura se motorizó el campo con los tractores y las
encinas eran un estorbo para hacer el barbecho recto en los campos extremeños.
Se cuenta que en tiempos antiquísimos España
era un territorio tan frondoso, que una ardilla que entrara por los Pirineos
podría atravesarlo hasta el sur sin bajarse de los árboles; las guerras, la
construcción de barcos a lo largo de la historia, (por cierto el otro día
estuve visitando el Museo Naval, uno de los mejores museos de esta especialidad
del mundo, y allí me enteré que para construir un galeón, el barco español por
excelencia, se necesitaban sólo… 20.000 troncos de buenos árboles, y esto ha
dejado un país reseco y sin vegetación arbórea. Para rematarlo, durante décadas
se han plantado miles de hectáreas con un árbol procedente de Australia, cuyas
hojas se comen los canguros, pero que arrasan totalmente nuestros suelos: Me
estoy refiriendo al eucalipto, cuyo único beneficio que conozco es que los
vapores de sus hojas cocidas curan nuestros resfriados.
Pues bien, ante este panorama hemos de
reaccionar plantando árboles y más árboles.
Cuando niño, en Brozas, del que un
servidor tiene el honor de ser su cronista oficial, plantábamos árboles en la
charca del pueblo, que servía de abrevadero al ganado. Había un coto escolar en
el que los niños y niñas de las escuelas nacionales nos enseñaron a plantar
arbolitos y a amar al bosque.
También cuando niño, mientras estudiaba
primero de bachillerato en el instituto El Brocense de Cáceres, donde estudié
tanto que ese curso aprobé … sólo la gimnasia.
Un apunte más, El Brocense era un señor de mi pueblo, Francisco Sánchez
de las Brozas, un gramático cuyas teorías gramaticales se siguen estudiando aun
hoy en día por el famoso lingüista norteamericano Noam Chomsky, el más
importante pensador del siglo XX en palabras del New York Times, y creador de la
Gramática transformacional. Y otro apunte más, en Brozas estuvo viviendo tres
años Antonio de Nebrija, el autor de la primera gramática castellana. Pues
bien, harto de estudiar me iba al paseo de Cánovas en la capital cacereña para
descansar y uno que es curioso por naturaleza leí una tabla con escritos en uno
de los árboles cercanos a la estatua del poeta Gabriel y Galán. Era la oda a árbol,
ese ser que nos cobija y da sombra, que nos da sus frutos y nos cede su madera
al final de nuestra vida.
ODA AL ÁRBOL
¡Oh!
Árbol dormido de trémulas hojas,
arrullas con tu sombra, el trino,
del ave que luce en tus ramas,
hermosos y cálidos nidos.
Esbeltos colores son tus vestidos.
¡Oh!
Corazón blando y cautivo.
Saboreas con empeño las gotas de agua
que el cielo te da cuando solloza.
Cuida por favor a los hermosos pequeños
que tanto necesitan de tu aire,
de tus ramas, de tus sueños… ¡De tu
corazón de madre!
¡Oh, árbol!
Dulce carisma de rocío
que haces brillar el corazón de la
vida,
vibra en el alma
que de ti ha quedado prendida
e implanta por siempre
una razón de existencia
Pero con el paso
de los años, uno reparte su vida entre Extremadura, Mallorca y Madrid. Y ahora
estamos en los madriles.
Aquí,
en nuestra tierra de acogida tenemos dos elementos importantes en el mundo del
árbol: El Hayedo de Montejo, declarado como Reserva de la Biosfera del Rincón
por la UNESCO, la entidad mundial, dependiente de la Organización de las
Naciones Unidas, que declara Patrimonio de la Humanidad, algo así como las
maravillas del mundo en los tiempos actuales. España es el tercer país del
mundo con más declaraciones de reservas mundiales, tanto culturales como de
naturaleza, tras Italia y China. En este lugar se encuentra uno de los entornos
naturales más hermosos y mejor conservados de toda la Comunidad de Madrid. www.sierradelrincon.org
Y
qué decir del madroño, el verdadero símbolo de Madrid, ese arbusto que tanto
gusta por sus flores y por sus frutos. “Arbutus unedo” es su clasificación
latina. Un arbusto de unos 4-7 metros y cuya vida se da alrededor del
Mediterráneo, con excelencia por la Península Ibérica y Marruecos. Y mirando
por internet, me encuentro en Wikipedia que la foto de su fruto procede de un
madroño del Parque de Monfragüe. He ahí un punto de unión de nuestras dos
tierras, la de la nacencia y la de la estancia; Extremadura y Madrid.
A
pesar de que el madroño firma parte del escudo de Madrid, no es una fruta que
se dé, especialmente, en esta zona de España, por su clima y por los suelos. El
emblema de Madrid es el oso -por cierto, es osa- agarrado al arbusto, como es
de todos conocido, pero la mejor explicación a todo esto nos la da el genial
Mingote, al que un servidor le conoció hace más de 40 años en la Facultad de
Periodismo. Don Antonio Mingote, académico, escribió en su libro Historia de Madrid:
«el oso, primitivo habitante del país, abrazado a un árbol para impedir que
venga un concejal y lo corte».
Así es que, señor alcalde, no mande usted
a un concejal a cortar ningún árbol y menos si es un madroño…
Muchas gracias.
Antes de terminar, un soneto dedicado a
la encina del poeta extremeño Wenceslao Mohedas Ramos.
LOS INTERVINIENTES CON SUS DIPLOMAS