Hoy soy un consumado viajero, pues a lo largo de mis muchos
años he pasado por unos 50 países, pero quiero recordar ahora en este mes de agosto
mi primer gran viaje y uno de los últimos. El primero fue a Ceuta en agosto de
1971 y el segundo, en 2015, a la isla de Taiwán, invitado por el Ministerio de
Turismo de aquel país, hoy tan en “moda” por una situación geopolítica con
China, donde, Dios no lo quiera, pudiera comenzar una Tercera Guerra Mundial.
Hablaré más del primero.
El hijo del arquitecto que construyó el matadero de Brozas
y amigo mío en el Instituto El Brocense de Cáceres, mientras estudiábamos los
dos Preuniversitario, de nombre Joaquín, nos invitó a unos amigos de la residencia
de estudiantes de la capital, que se hallaba en la calle José Antonio, a que
viajáramos al chalet que tenían sus padres en Conil de la Frontera. Era el
verano de 1971. Aún conservo entre mis objetos inútiles” un recuerdo de ello: El
billete del viaje desde Ceuta a Algeciras, pero no adelantemos acontecimientos.
Éramos cuatro los estudiantes que salimos de Cáceres. Lo
hicimos por parejas en autostop hacia Cádiz. Yo iba con mi amigo Paco, un comerciante
que vendía ropa en una tienda cercana a la plaza de San Juan. Éste y yo tuvimos
suerte, pues un coche que circulaba por la Nacional 630 nos llevó hasta cerca
de Cádiz y desde aquí hasta Conil de la Frontera en una segunda tirada.
El padre de nuestro amigo Joaquín se asombró al vernos
llegar y le dijimos que habíamos recibido una invitación de su hijo. (lo que le
diría en privado no lo sé, pero seguro que algo bueno no fue). Nos fuimos a la
preciosa playa de Conil, que fue el primer sitio donde yo vi el mar a los 18
años. ¡Precioso!... ¡Cuánta agua! Un pequeño recuerdo fue cuando al merendar compré
un panecillo que me costó, 3 pesetas, cuando en mi pueblo no costaba más que
una…Claro, estábamos en una zona turística. Lo sabré yo que viví muchos años
(1976 a 1987) en la preciosa isla de Mallorca y lo que más caro había eran los
alimentos.
Tuvimos
que dormir en el suelo. Y le dijimos al padre de familia que al día siguiente esperábamos
la llegada de otra pareja… así que esa noche la pasamos durmiendi en la playa,
donde se acercó la Guardia Civil para interesarse porque cinco jóvenes
estábamos durmiendo allí.
Como
no podíamos estar en el chalet tanta gente se nos ocurrió ir a visitar la
ciudad de Ceuta. El padre nos llevó en su gran coche hasta Algeciras y
compramos el billete del transbordador de la Compañía Trasmediterránea.
Estuvimos un día con su noche visitando esta ciudad española, ciudad que había
sido anteriormente portuguesa. Visitamos el santuario de la Virgen de África,
Patrona de la ciudad, imagen del siglo CV procedente del país luso, y
recorrimos sus calles hasta llegar a una playa de guijarros, en lugar de la
arena de Conil, donde pernoctamos.
Al
día siguiente, 13 de agosto de 1971 salimos de vuelta para la Península, de ahí
que conserve el billete número 719 de la Compañía Trasmediterránea, de segunda
clase, que me costó 70 pesetas (unos 40 céntimos de euros del año 2023). En el
trayecto los cinco jóvenes españoles de unos 18 años nos hicimos amigos de un
joven marroquí de aproximadamente la misma edad y que hablaba muy buen español.
Su afán era cogernos de las manos,
símbolo de amistad entre los árabes, pero que en España estaba muy mal visto que
dos hombres se agarraran de la mano, como máximo, los jóvenes nos echábamos las
manos encima de los hombros y así íbamos paseando los amigos, pero nunca agarrados
de la mano, Tuvimos que decírselo y ya no nos cogió más veces.
El
viaje terminaría en Cáceres, pero antes, hicimos noche en Sevilla, concretamente
fuimos a dormir a los bancos del parque de María Luisa, pero algunos hombres
mayores nos lo impidieron, porque comenzaban a acosarnos por ser jovencitos…
Querían otra cosa, así que la noche la pasamos en los bancos de la estación del
tren. Al amanecer aun nos sobraban 100 pesetas que nos la gastamos solo en
churros, que fue nuestro único desayuno hasta llegar a la residencia de Cáceres,
donde nos esperaba una desagradable sorpresa. Los compañeros que se habían
quedado no fregaron nunca los platos ni los cubiertos y habían ensuciado todos
los servicios que había para más de 35 personas. Tuvimos que dedicarnos a fregarlos.
Así acabo en la capital cacereña esta aventura por Ceuta.
De
Taiwán habrá otra singular crónica viajera. Solo recordar la vuelta, salimos de
Taipei hasta Francfort del Maine, donde llegamos a las siete de la mañana, y
decidimos visitar esta ciudad alemana, incluso parar en una plaza, pedir una
cerveza y tomar como aperitivo un buen jamón extremeño que llevábamos al vacío,
pero esa es… otra historia.