El artículo ha sido publicado en el seminario católico de información Alfa y Omega del jueves 13 de octubre de 2022, página 24, que se difunde todos los jueves con el periódico ABC.
Francisco
Rivero
Periodista
de turismo.
Desde siempre el hombre se ha preguntado dónde está y qué
hay más allá del horizonte. El hombre siente en su interior el sentimiento
religioso y esto ha hecho que le lleve hasta lugares santos. Lo que fue la
creación de las peregrinaciones. Ahí tenemos Jerusalén, Roma y Santiago. Son lugares
de referencia para sus fieles, a lo que hay que unir el contacto con la
naturaleza simbolismo de una singular espiritualidad.
Y en esto se basa esa dicotomía de los viajes por turismo y
el viaje del turismo religioso que no se dirige tanto hacia un bienestar sino
hacia un bien ser en la espiritualidad de cada persona. Esa es la filosofía que
nos debe conducir: La unión con Dios en la realización del viaje.
Fue
la gallega Egeria quien en el siglo IV realizó el viaje de su vida por el norte
de Italia, cruzar el Adriático hacia Constantinopla y viajar a los Santos Lugares
plasmado en su “Itinerarium ad Loca Sancta”.
Esa innata curiosidad que todo ser humano tiene fue lo que
llevó en el siglo XVIII a realizar a los hijos de los nobles ingleses el Grand
Tour por Italia. La finalidad de este viaje era iniciarlos en la realidad de la
vida y entrar en contacto con otras sociedades europea para después servir
mejor a la Corona.
“Grand Tour” lo acuñó un sacerdote católico, Richard
Lassels, quien acompañó como tutor a viajeros y de sus experiencias viajeras
publicó en 1670 su diario de viaje “Voyage of Italy”.
Esa
experiencia sobre viajes hizo que en el siglo XIX surgiera en Inglaterra la
primera agencia de viajes fundada por Thomas Cook, un pastor baptista. El
primer viaje organizado fue a un congreso de alcohólicos anónimos al que fueron
500 pasajeros en tren.
El
turismo ha de ser otra cosa apoyándose en la experiencia viajera que tienen hoy
las compañías turísticas. Al turismo hay que añadirle el plus de la espiritualidad
que marque la vida interior de los viajeros.
Son las peregrinaciones las que se llevan la palma en este
campo del turismo religioso. Quiero destacar las palabras que ha dedicado el
consejero delegado de Iberia, Javier Sánchez-Prieto, quien ha incidido “en
la importancia de apostar por un modelo de mayor calidad después de haber
vivido de un turismo a granel”.
Conocida del mundo es Santiago de
Compostela, cuyo Camino Francés tiene 775 kilómetros, declarado en 1987 como el
primer Itinerario Cultural Europeo por el Consejo de Europa. En 2019 tuvo cerca
de 350.000 peregrinos.
El segundo lugar de peregrinación está en mi tierra
extremeña: El Camino Real de Guadalupe fue el más popular durante siglos. Por allí
pasaron santos como Teresa de Ávila, Pedro de Alcántara o Juan Pablo II;
Cristóbal Colón bautizó a los primeros indios llegados de América en una pila
que hoy sirve de fuente pública, o Miguel de Cervantes. Durante este año santo
se han acercado más de 130.000 peregrinos, según Raúl Muela, responsable
del Año Santo Guadalupense.
El ministro de Turismo de México Miguel
Torruco informaba en 2016 que “la Basílica de Guadalupe se ha convertido en
el centro religioso más visitado del mundo. El templo del Tepeyac supera el
número de visitantes que registra el Vaticano y la Basílica de San Pedro en
Roma”. Ambos
recintos religiosos reciben a 18,5 millones personas al año, mientras que la
Basílica de Guadalupe registra una afluencia de 20 millones de fieles.
Me asombran estas cifras, pero me
asombró más una reflexión que hizo un mexicano tras una charla sobre “Hernán
Cortés y la Virgen de Guadalupe” quien dijo “es muy bueno que haya mucha
gente ante la Guadalupana, pero es mucho más importante calar en el interior de
las personas para hacer vivir en ellas el misterio de la fe profunda”.
Tras la pandemia se está rediseñando
una nueva forma de turismo. Quizá el turismo religioso pueda y sepa ofrecer
sugerencias al pueblo necesitado de nuevas iniciativas que calen más en el
interior de las personas que la algarada que conforma hoy el turismo como lo
conocemos.
Esa es la reflexión que hago desde la óptica de un periodista
especializado en turismo, tras más de 40 años en el sector: Se hace un turismo
vacío de espiritualidad cristiana, un turismo chabacano, cuando no soez. Hemos
de buscar una manera de atraer hacia un turismo de calidad entiéndase esa calidad
al turismo que busca otros fines y no solo el de un bienestar por encima de
todo sino el de un bien ser. El turismo ha de aportar recreación, felicidad,
paz interior, reflexión cultural en el encuentro con monumentos, paisajes y
otras formas de vivir. Hemos de añadir la faceta espiritual, un turismo que
llene más el interior de las personas.
Hay que difundir el Evangelio a través de las peregrinaciones
dirigiéndose a toda clase de público, y saber comunicar bien la aceptación de
la fe cristiana, pues la fe ha de estar por encima de todas las cosas.