La isla de Chipre tiene dos grandes cadenas montañosas. La más importante es Trodos, en la zona greco-chipriota, de bellos paisajes, que a veces recuerdan al viajero a su tierra natal de Extremadura por sus árboles mediterráneos, especialmente el olivo y la vida y otras, a algún paisaje alpino.
Pero lo que más llama la atención es que escondidas entre las montañas hay una belleza poco conocida para el turista europeo que se queda en las playas y no recorre el verdadero país. Se trata de una interesante colección de iglesias bizantinas, muy bien cuidadas y que la UNESCO ha catalogado como Patrimonio de la Humanidad. Son diez templos muy elegantes y con antiquísimas pinturas de los siglos XII a XIV.
Por circunstancias especiales, sólo pude ver una de ellas, la que enseña en el pueblo de Pelendri Andrés, un hombre viejo del lugar, que ama su iglesia y que tiene una pesada llave que enseña con orgullo. La iglesita no aparenta por fuera el arte que hay en su interior, con estilos artísticos procedentes de Palestina. Los frescos representan a diversos santos y arriba en una pequeñísima cúpula un pantocrátor.
Hay otra iglesia católica, que enseña un joven, que con la amabilidad que inspira a estas gentes de las montañas nos ofrece ir a su casa y darnos una limonada fría. Acepto y le ofrezco una pequeña cantidad dinero, que él sólo coge cuando le digo que es para la iglesia. Curioso es carpintero y estudia teología. También nos ofrece almorzar, pero le digo que ya tengo cita en un restaurante del pueblo siguiente Agros.
La comida –muy sencilla- es en un café que es el único que está abierto. El paisaje desde allí espléndido y el joven que nos atiende es un hincha del Barça. Se deja retratar junto a sus trofeos, que son recuerdos comprados en una visita a Barcelona.
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