Hoy
se celebra el 75 aniversario de la entrada de las tropas rusas en el campo de
concentración nazi de Auschwitz, una ciudad que en polaco se llama Oswiecim, a
unos 70kilóetros al oeste de la bella ciudad de Cracovia. No quiero que pase
este día sin decir que yo lo he recorrido solo (fuera del grupo que me
acompañaba y lo hice por decisión propia) y aún recuerdo el mal momento que pasé
cuando rememoraba, en las cámaras de gas y en los hornos crematorios, los
millones de personas que, por una locura política de Hitler, ordenó matar a
inocentes de todas las edades, la mayoría de ellos judíos.
Recuerdo
que fue en un viaje, de los cuatro o cinco que he hecho a Polonia, y recorrí
algunos preciosos lugares como la casa natal del Papa San Juan Pablo II, en
Wadovice, (a tan solo 35 kilómetros de este fatídico lugar) o las minas de Sal,
de Wieliczka, que, con una catedral de sal en su interior y numerosas estatuas,
son Patrimonio de la Humanidad desde 1978 con más de 800.000 visitantes por
año. Tuve el placer de comer en ellas con su directora bajo tierra, allá por el
piso -7.
Sin
embargo, lo que más me impactó en este singular viaje fueron las uñas arrancadas,
los pelos de las mujeres, los dientes de oro sacados a los pobres judíos que
padecieron el Holocausto: Previamente nos enseñaron la celda del padre Maximiliano
Kolbe, un monje franciscano que se ofreció a ser matado ante las suplicas de un
padre de familia que quería vivir para trabajar por los suyos. El padre Kolbe murió
voluntariamente en 1941, asesinado por los malhechores nazis en el campo de
exterminio de Auschwitz. Fue canonizado en octubre de 1982 por el Papa San Juan
Pablo II. Fue declarado confesor y mártir de la caridad.
Y
tras esta trágica visita a la celda del monje, decidí quedarme solo para recorrer
y sentir la angustia que debieron de sufrir miles y miles de personas que se veían
abocadas a una muerte segura en las cámaras de gas, solo por la ideología de
que los alemanes eran una raza superior. Esos momentos, aunque son negados por
muchos, son uno de las mayores atrocidades de la humanidad. A veces, da vergüenza
ser un animal humano. El campo de concentración de Auschwitz es Patrimonio de
la Humanidad desde 1979. Quedarse
solo en la cámara de gas, sentir el peligro azotándote las espaldas y mirar a un
paso los hornos crematorios, hace que uno se sumerja en la más terrible de las
pesadillas humanas. Saber que vas a morir como miles y miles de personas.
En Madrid, tuve el honor de conocer a una superviviente de este campo, a Simone Veil, la primera presidente del Parlamento Europeo, quien fue deportada por ser judía a este campo nazi, hasta su liberación por los rusos el 27 de enero de 1945. Su padre y su hermano murieron en Lituania y su madre de tifus en Auschwitz. A ella la conocí en un acto en la Secretaría General Iberoamericana, tras recibir en 2008 el Premio Carlos V de la Academia Europea de Yuste.