13 de junio de 2008
El paisaje desde Fez hasta Mequinez, incluso hasta Rabat, recorriendo su buena autopista no me es extraño. Es un paisaje típico del Mediterráneo, similar al de mi Extremadura natal. Aquí ya han segado, el verano es más tempranero y la paja espera ser recogida en el campo; hay bosques de alcornoques casi recién cortado el corcho, mientras que en otros lugares hay montoneras de corcha puesta a secar para ser transportado después a la fábrica.
Ovejas merinas, cuidadas por expertos pastores, rebañan los rastrojos y se alimentan con parsimonia, vacas lecheras, de carne, hombres y tranquilos en sus burros van o vienen a sus campos. La mirada se vuelve bucólica mientras el autobús traga kilómetros hacia nuestro destino final: Tánger.
Pero estamos en Mequinez, una parada intermedia para conocerla. Lo primero que hay que decir es que es una capital imperial, fundada en el siglo X y fue capital de Maruecos bajo el mandato del sultán Mulay Ismail, allá por el siglo XVII, contemporáneo del Rey Sol, Luis XIV. Sus casi 40 kilómetros de murallas, y su interesante medina le han hecho acreedora en diciembre de 1996 de ser elevada a la categoría de Patrimonio de la Humanidad. www.visitmeknes-tafilalet.com
Y quiero copiar aquí lo que leo en el folleto turístico facilitado en la oficina que esta en la plaza de El Dim., el verdadero centro de la ciudad, junto al símbolo de la misma, la puerta de Manssur (Bab Mansour), escrito por Michel Jobert: “Princesa de olivo, no experimenta la ilusión, es campesina, sin picardia, artista por aplicación, solamente sus aficionados la comprenden, eso es lo que importa” Tras la visita a su medina, una vez mas se va a una cooperativa comercial, que ofrecen los dos productos estrellas de Mequinez: El damasquinado con hilo de plata, incrustado en objetos de metal negro y singulares bordados hechos por jóvenes aprendices de las madres franciscanas, monjas católicas en una ciudad musulmana.
El paisaje desde Fez hasta Mequinez, incluso hasta Rabat, recorriendo su buena autopista no me es extraño. Es un paisaje típico del Mediterráneo, similar al de mi Extremadura natal. Aquí ya han segado, el verano es más tempranero y la paja espera ser recogida en el campo; hay bosques de alcornoques casi recién cortado el corcho, mientras que en otros lugares hay montoneras de corcha puesta a secar para ser transportado después a la fábrica.
Ovejas merinas, cuidadas por expertos pastores, rebañan los rastrojos y se alimentan con parsimonia, vacas lecheras, de carne, hombres y tranquilos en sus burros van o vienen a sus campos. La mirada se vuelve bucólica mientras el autobús traga kilómetros hacia nuestro destino final: Tánger.
Pero estamos en Mequinez, una parada intermedia para conocerla. Lo primero que hay que decir es que es una capital imperial, fundada en el siglo X y fue capital de Maruecos bajo el mandato del sultán Mulay Ismail, allá por el siglo XVII, contemporáneo del Rey Sol, Luis XIV. Sus casi 40 kilómetros de murallas, y su interesante medina le han hecho acreedora en diciembre de 1996 de ser elevada a la categoría de Patrimonio de la Humanidad. www.visitmeknes-tafilalet.com
Y quiero copiar aquí lo que leo en el folleto turístico facilitado en la oficina que esta en la plaza de El Dim., el verdadero centro de la ciudad, junto al símbolo de la misma, la puerta de Manssur (Bab Mansour), escrito por Michel Jobert: “Princesa de olivo, no experimenta la ilusión, es campesina, sin picardia, artista por aplicación, solamente sus aficionados la comprenden, eso es lo que importa” Tras la visita a su medina, una vez mas se va a una cooperativa comercial, que ofrecen los dos productos estrellas de Mequinez: El damasquinado con hilo de plata, incrustado en objetos de metal negro y singulares bordados hechos por jóvenes aprendices de las madres franciscanas, monjas católicas en una ciudad musulmana.
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