El guía nos fue explicando que la
historia de la ciudad comenzó desde los tiempos de los árabes y se le puso el
nombre de Qünka. Hoy es Patrimonio de la Humanidad. Una ciudad de unos 55.000
habitantes que es muy agradable y donde uno sana sus males.
Vimos a lo lejos los preciosos ojos
de la princesa mora, que cada año son retocados con pintura azul y blanca por
los alumnos de la Escuela de Bellas Artes, que se descuelgan por las rocas para
darle esa belleza al propio paisaje, que ayer se encontraba amarillento por los
colores del otoño. Tras llegar bajando hacia el restaurante San Nicolás, llegamos
a la iglesia templaria de San Pantaleón, donde en un capitel se `puede ver a un
caballero matando al dragón, para algunos San Jorge.
Una vez dentro del restaurante de
San Nicolás, donde hace años -en 2012-tuve el honor de ser pregonero de las Jornadas
Gastronómicas de la Caza, nos saludamos con los compañeros boineros de Cuenca,
que preside Rafael Jiménez, mi padrino, y mi alumno en un curso que sobre
turismo dirigí en la sede de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo, y
con Iñaki, de San Sebastián, presidente de la Boina de Denia. La comida fue
exquisita.
Unos excelentes productos ibéricos a
base de jamón y lomo (no serranos), queso manchego, un rico plato de
ajoarriero, otro de gazpacho manchego y un tercero con setas de la zona, para
terminar con un buen cordero… y como vino, un Ribera del Júcar, “Icala tradición”,
un joven de sólo 14 grados, a base de tempranillo, del pueblo conquense de
Casas de Benítez. Un buen almuerzo que se prolongó pasadas las seis de la
tarde.
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