Estos días de verano, cuando no se puede aguantar el
calor, he ido al teatro, concretamente al Teatro Lara, en plena Corredera Baja
de San Pablo, para ver una obra de gran éxito. “La importancia de llamarse Ernesto”,
del irlandés Óscar Wilde, autor también de la novela “El retrato de Dorian Gray”,
un clásico de la literatura occidental por el deseo de la eterna juventud.
El teatro Lara, fundado por el senador vitalicio Cándido Lara
y Ortal (1839 – 1915), cuyo retrato cuelga en la entrada del edificio que se
inauguró el 3 de septiembre de 1880, presidiendo el acto la Chata, la infanta
Isabel de Borbón, muy popular en la sociedad madrileña de entonces.
La versión y dirección de la obra, en su tercera
temporada, es un trabajo de Ramón Paso, nieto del dramaturgo Alfonso Paso,
donde hay una colaboración especial de su madre Paloma Paso Jardiel, nieta del
escritor Enrique Jardiel Poncela, junto a los actores Ana Azorìn, Sergio
Otegui, Inés Kerzan, Ángela Peirat, Jordi Millán y el que hace de cura
Guillermo López - Acosta. La comedia muy divertida, con gran papel de todos los actores, pero mucho más
amena y dinámica en la segunda parte, donde se desvela el misterio de llamarse
Ernesto.
Yo conocía la obra aunque no la vi nunca representada. Y
fui porque según me contó el maestro de la villa cacereña de Brozas, Claudio
Porras Hernáiz, en su calle de San Pedro,
pasaba algunos veraneos la hija de Alfonso Paso, ya que la asistenta en Madrid
era del pueblo y era tan buena persona que el padre dejaba que su hija Paloma,
la protagonista de esta obra, fuera a pasar sus vacaciones a esta villa, que
está declarada conjunto histórico artístico.
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