He viajado de Madrid a Grecia. Ha sido un vuelo agradable, porque siempre es bueno estar en la cuna del pensamiento occidental. Esta tierra es, para mí, el origen de nuestra historia, de nuestro lenguaje, de nuestra cultura. Un ejemplo de cuanto digo: Yo no entiendo griego, salvo dos palabras que ni siquiera sé escribir: Efaristos, que significa gracias y palácalo, por favor. Pero sí entendí en el avión dos más: Kyrie, señor, por lo de Kyrie leisón y aeroplano; es decir avión.
He pasado por encima de Mallorca donde pase doce años de mi vida, de los cuales tres de ellos fueron en su aeropuerto. Hace un rato veía desde la ventanilla del avión la isla de la Dragonera y el Puerto de Andratx y un poco mas lejos la ciudad, que la hemos sobrevolado, y también el aeródromo. ¡Cuantos recuerdos en un par de minutos!
Ahora, en un descanso, en el nuevo aeropuerto de Atenas, escribo estas líneas, antes de dirigirme a Tesalónica para acudir a la feria turística de Philoxenia y conocer, en la medida que pueda, la segunda ciudad de la actual Grecia, capital de la antigua Macedonia, lugar donde nació el mítico Alejandro Magno
En el avión tuve oportunidad de charlar mitad en italiano, mitad e n ingles- con el cirujano Stelios Ainalis, un hombre muy abierto como buen mediterráneo- que me ofreció su casa por si tuviera algún problema.
Tras llegar recibí una recomendación por parte de una periodista italiana: Ir a la parte de la ciudad donde se encuentra el mercado turco y que está poblada de singulares restaurantes que ofrecen al viajero comida típica griega. La zona, situada en el bario antiguo, se llama Plateia Aristotelou, y comimos en el restaurante Optapiri, en una placita cercana a la calle Athonos. El lugar era muy agradable y lo hacia mejor la música griega que en directo interpretaban en la parte alta dos músicos. Empezamos con vino blanco de retsina, para concluir con bebidas más fuertes, como el raki y el ouzo. En el medio, típica cocina griega, como ensalada con queso feta o saganaki, queso frito, sin dejar de probar unos pinchitos morunos, bueno griegos, de cordero.
Sin duda, una buena noche.
He pasado por encima de Mallorca donde pase doce años de mi vida, de los cuales tres de ellos fueron en su aeropuerto. Hace un rato veía desde la ventanilla del avión la isla de la Dragonera y el Puerto de Andratx y un poco mas lejos la ciudad, que la hemos sobrevolado, y también el aeródromo. ¡Cuantos recuerdos en un par de minutos!
Ahora, en un descanso, en el nuevo aeropuerto de Atenas, escribo estas líneas, antes de dirigirme a Tesalónica para acudir a la feria turística de Philoxenia y conocer, en la medida que pueda, la segunda ciudad de la actual Grecia, capital de la antigua Macedonia, lugar donde nació el mítico Alejandro Magno
En el avión tuve oportunidad de charlar mitad en italiano, mitad e n ingles- con el cirujano Stelios Ainalis, un hombre muy abierto como buen mediterráneo- que me ofreció su casa por si tuviera algún problema.
Tras llegar recibí una recomendación por parte de una periodista italiana: Ir a la parte de la ciudad donde se encuentra el mercado turco y que está poblada de singulares restaurantes que ofrecen al viajero comida típica griega. La zona, situada en el bario antiguo, se llama Plateia Aristotelou, y comimos en el restaurante Optapiri, en una placita cercana a la calle Athonos. El lugar era muy agradable y lo hacia mejor la música griega que en directo interpretaban en la parte alta dos músicos. Empezamos con vino blanco de retsina, para concluir con bebidas más fuertes, como el raki y el ouzo. En el medio, típica cocina griega, como ensalada con queso feta o saganaki, queso frito, sin dejar de probar unos pinchitos morunos, bueno griegos, de cordero.
Sin duda, una buena noche.
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