9 de noviembre de 2009
Hoy se celebra, como todos saben, el 20 aniversario del Muro de Berlín. Siempre me acordaré donde estaba yo el 9 de noviembre de 1989: Estaba entro de TVE, entrevistando a un periodista extremeño, que presentaba los telediarios, mientras Rosa María Mateos retransmitía en director desde Berlín la caída del mundo.
Fue emocionante ver en vivir y en directo en TVE el derribo de este muro, ese muro de la vergüenza que arrumbó la libertad. Fue un muro no para protegerse de la libertad de occidente, sino para que los ciudadanos del Berlín este no se escaparan hacia una sociedad más justa.
Tuve la oportunidad de entrevistar en Palma de Mallorca al general Alexandrov, mano derecha de Gorbachov, a quien pregunté si lo que deseaba con la perestroika era reconocer que el socialismo real implantado en la Unión Soviética había fracasado o decirle al pueblo ruso que las sociedades occidentales vivían mejor que las de los paraísos comunistas. Mientras le hacía esta pregunta, el intérprete traducía al oído mi cuestión al ruso, éste a una distancia mu cercana, a escasos 20 centímetros me miró muy fijo con sus ojos negros, que aún recuerdo. Su respuesta fue tajante: “Nosotros lo que queremos es lo mejor para el pueblo y que viva en mejores condiciones”. Salí tranquilo de aquella entrevista para mi histórica en lo personal y profesional.
En cierta ocasión estuve en el Monasterio de Yuste cuando Mijail Gorbachov recibió el premio europeo Carlos V. En su discurso, el ruso supo conectar con los que allí estábamos, porque habló sencilla y claramente lo que había sido su programa político. Es uno de los grandes del siglo XX.
Como muchos, he ido a Berlín y he visitado el muro y lo que queda de él. En la Puerta de Brandeburgo estuve a solas en una habitación dedicada al silencio y a la paz, recordando a los muertos por la libertad. Entré y en silencio vi todo aquello. Había paz y sosiego, pero también un tenebrismo apabullante. Recordaba los cientos de muertos que buscaban su libertad personal.
En tiempos comunistas pasé unos días en Bulgaria. Era tenebroso. A plena luz de sol los ciudadanos tenían que pararse donde estuvieran porque sonaba el himno. Era el dirigismo total de la sociedad. Sencillamente, no me ha gustado nunca la realidad de aquel socialismo que quisieron implantar. El pueblo, siempre inteligente, supo vencer a unos políticos que no querían ciudadanos, sino súbditos. Y yo me congratulo por ello.
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