Chicos y chicas de Taiwán, o de Líbano, o de Estados Unidos, o de Italia, o de Brasil, reían ante la Buena Nueva de la Palabra de Dios y comenzó el Vía Crucis más apasionante con los pasos más artísticos con los que cuenta la imaginería española. Los hermanos de esos pasos pusieron alma, corazón y vida, en traerlos hasta Madrid, el corazón de España. Muy aclamado fue el Cristo de de la Buena Muerte de Mena, del que acabo de leer una novela histórica, con visos de realidad, escrita por el que fuera subdirector del diario Sur de Málaga, Pedro Luiz Gómez, comprada precisamente en la librería de la catedral andaluza.
Había visto por televisión otros actos del Papa y también los escuché por radio cuando viajaba. El hecho concreto es que Benedicto XVI ha venido a España como a una nueva tierra de misión, a conquistar a almas para Cristo y yo creo que ha conseguido un gran éxito: Sus palabras están llenas de verdad: "Algunos se creen dioses y piensan no tener más necesidad de más raíces ni cimientos que ellos mismos". Y todos tenemos necesidad de ayudar, de dar muestra de nuestra fe, cada uno en el lugar donde Dios les haya llamado. Esa es, a partir de ahora, nuestra tarea.
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