En estos días de confinamiento, en
el que parece que no vamos a tener comida que llevarnos a la boca, echo mis
vivencias hacia atrás para recordar las comidas raras que he tenido que hacer
por esos mundos de Dios… Y luego dice que en España comemos raro, como me dijo
una vez en un congreso internacional de prenda turística, allá en Colombia, una
polaca, que nos comemos hasta las gambas y los camarones… ¡uggg, qué asco!
Lo más normal que he tomado en uno
de esos viajes, fue carne de burranco en el norte de Italia, tan afectado ahora
por la pandemia del coronavirus. Allí estuve en un par de ocasiones en la Azienda Agroturistica di Quarteroni Ferdinando, en Calcinato (Brescia), más conocida por Ferdy, donde en las dos ocasiones probé la carne de burro y hasta un enorme queso que Ferdy, el dueño, fabricó para una feria del queso, similar a la que se celebra en los primeros días de mayo en Trujillo. www.uniest.it Para los que no sepan qué es burranco le diré
que es la cría de la burra. Mira si lo sé que en mi tierra extremeña se comía
antes; yo lo hice de niño…. Tanto me gustaban los burros que un día mi padre le
pegó una “somanta” de palos a una burra cuando estaba en el corral (“tinao” se
dice en Las Brozas) por morderme en el costado izquierdo. La verdad es que la
culpa la tuve yo: Aparté al burranco de las tetas de su madre para probar yo la
leche de burra, como Cleopatra, y claro, la burra me mordió como venganza.
Y de aquí, a probar la cabeza de un
pato en la isla china de Hainan, una isla situada en el golfo de Tonkín, entre
China y Vietnam, y que tuve el gusto de visitar de manera individual para
realizar un estudio turístico, tras pasar por Hong Kong. Era en marzo de 1997,
meses antes que este enclave inglés se retrajera a la nación oriental.
Para
saber algo más, picar este enlace:
Pues bien, en esta isla tropical
china tuve el gusto de preparar una cabeza de pato en un restaurante de la zona
de Sanya, al sur de la isla, donde estaba la mansión del dirigente comunista y
ministro de Asuntos Exteriores de Mao Tse Tung, Chue en Lai, como homenaje a
tan “ilustre” visitante que llegaba desde tan lejos como era el turístico país
de España. Pero no fue lo único. En otro restaurante me invitaron a elegir la
serpiente que iban a cocinar en mi honor. Me recordaba las anguilas que guisaba
mi abuela Alfonsa en el pueblo de Hinojal y pescadas cuando había anguilas en
el río Tajo, a su paso por Garrovillas, tras ir a desovar a aguas dulces y
subían el río desde el estuario en Lisboa.
Y de aquí, al continente americano.
En cierta ocasión, allá en Acapulco, se apagó la luz en el restaurante y no se veía
prácticamente nada. Comenzamos a comer el rico “pollo” que nos habían preparado
en el menú del congreso, un rico menú a base de… iguana. Otro curioso plato fue
en México el riquísimo plato de saltamontes coloraos fritos; es decir
chapulines, muy ricos. Y también se puede tomar el gusano de la ruca bebida mezcal,
algo curioso. Pero para curioso, los gusanos que tomé en una feria de turismo
en la ciudad ecuatoriana de Guayaquil, ahora muy atacada por el coronavirus…
Mereció la pena.
Y
para saber más:
En cierta ocasión, en Cuba fue
invitado al restaurante “La Maison”, donde probé un plato de una agradable
langosta, pero no tan sustanciosa como las ricas langostas mediterráneas que
comía en mis tiempos mallorquines. Pero sí lo que me dejó marcado fue el plato
de “rata de agua” que me ofrecieron en otra visita cubana.
Solo hay una cosa que no me gusta:
lo picante. Cada vez que viajo a México, y la última vez fue al Congreso hispano
- mexicano de cronistas oficiales a Cancún, cuando yo andaba con muletas por
haber sido operado de una pierna. Cuando voy a mi muy querida tierra mexicana,
digo que nada picosito, nada es NADA. Y
lo supe por experiencia un día que en 1992 organicé un viaje a Mérida (Yucatán)
para acudir al encuentro de los periodistas de turismo de las Méridas del
Mundo. Invité a los directores de los dos periódicos de la región: “Hoy” y “Extremadura”.
Una tarde el entonces director del periódico de Extremadura, lloraba, pero no
de emoción, sino por comerse una comida muyyy picante. Es lo único que no me gusta,
el picante, pues como yo digo: “El picante, para los chistes”.
Y
luego dicen que unas buenas gambas a las planchas… saben mal… ¡Pobres polacos!.
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